
Antes de empezar, hay que aclarar que la sección de DESMONTANDO A… se dedica, única y exclusivamente, a examinar las secuencias para poner de relieve los recursos formales que los directores utilizan y el significado que esos usos pueden tener en la película, demostrando, así, la habilidad que tienen dichos directores tras la cámara. A pesar de ello, no está de más puntualizar que, uno de los principales motivos —sino el que más— de que James Gray haya alcanzado el reconocimiento que tiene actualmente con tan sólo cuatro filmes, es la manera en que ha irrumpido en este movimiento o estilo cinematográfico llamado neo-noir.
El neo-noir se podría definir como aquél tipo de cine que, haciéndose valer de la estructura y la estética del thriller, utiliza gran parte de los elementos del cine negro de la década de los treinta-cincuenta para narrarnos historias de temática actual.
De esta manera, el neo-noir sigue girando en torno a hechos delictivos y criminales como el cine negro pero alterando —sin perder la esencia— sus elementos como puede ser su estética (no se utiliza el característico blanco y negro o el claroscuro y las sombras para exaltar la psicología de los personajes) y, sobre todo, el tono de sus filmes.
Mientras autores como los hermanos Coen, Quentin Tarantino o Guy Ritchie han abordado el neo-noir desde una perspectiva irónica (los primeros) o posmoderna (los dos últimos) y otros, como Martin Scorsese o David Lynch, lo han hecho desde una apasionada cinefilia a ritmo del pop y rock de los 70’ (el primero) o desde la psicología (el segundo), James Gray se adentra en este movimiento alejándose de esa evolución “popular” y aproximándose a sus películas desde un punto de vista más austero, serio y trágico —en el más estricto significado de la palabra— característico de un clasicismo con ligeros tintes neorrealistas.
Dejando de lado esta pequeña introducción a la temática de su cine, vamos a centrarnos en su estilo formal, descubriendo que su manera de filmar va en consonancia con la seriedad y —sorprendente— madurez con la que trata los asuntos en sus filmes.

Es habitual que los directores que cuidan mucho su manera de dirigir y de cómo plasmar en imágenes lo que pretenden contar, utilicen los primeros minutos de sus películas, aquellos momentos en que el espectador, “en teoría”, está más atento, para definir en uno o pocos planos todo lo que va a venir a continuación. Lo hemos visto anteriormente con John Ford y su Centauros del Desierto, lo podemos ver, también, en Mulholland Drive de David Lynch, en La condena de Béla Tarr, en El quimérico inquilino de Roman Polanski, en Following de Christopher Nolan y un largo etcétera de cineastas que muestran cierta sensibilidad a la hora de dotar de significado a sus imágenes.
Esta es la primera secuencia de la película. Aparentemente
no aporta mucha información narrativa al relato, pero, en realidad, simboliza
la esencia del mismo. Si tuviésemos que definir la película en una
sola frase, ésta podría ser: un hombre que intenta dejar atrás el mundo
criminal del que viene y empezar una nueva vida. Los primeros minutos no pueden
ser más explícitos: Leo sentado en el vagón de un tren que deja atrás el túnel
oscuro del que viene. Gray, en lugar de enfocar la cámara hacia lo que está por
venir, la enfoca hacia lo que Leo deja a su paso. Inevitablemente se puede
asociar la oscuridad del túnel con el pasado delictivo del que Leo se intenta
alejar y, también, el tren que avanza por las vías como el viaje vital que ello
va a implicar. ¿Finalmente podrá conseguir empezar una nueva vida? Las últimas
imágenes del filme y, en concreto, la última nos lo desvelarán.
Una vez ha vuelto a casa, Leo es acusado por su tiastro y su amigo Willie de cometer un asesinato que, en realidad, ha cometido Willie. Mientras el resto de su familia le da la espalda, su prima Erica es la única que lo apoya y le cree por la ligera atracción amorosa que aún perdura desde los 15 años. Cuando Willie se entera de que la relación entre ambos va más allá que el simple parentesco, ocurre esta secuencia:
Una vez ha vuelto a casa, Leo es acusado por su tiastro y su amigo Willie de cometer un asesinato que, en realidad, ha cometido Willie. Mientras el resto de su familia le da la espalda, su prima Erica es la única que lo apoya y le cree por la ligera atracción amorosa que aún perdura desde los 15 años. Cuando Willie se entera de que la relación entre ambos va más allá que el simple parentesco, ocurre esta secuencia:
Esta es una de las escenas más importantes
del filme ya que, la ruptura total de la amistad y el respeto entre Leo y
Willie, desencadenará en una sucesión de escenas sangrientas que culminarán con
la muerte de la propia Erica.
Como vemos, Gray filma la secuencia con
templanza y sobriedad. En lugar de adornar la escena con recursos artificiales
o realizar movimientos de cámara bruscos y violentos, rueda la pelea con la
cámara prácticamente inmóvil, tomando una cierta distancia con respecto a la
acción y en sólo tres planos que aumentan gradualmente la visión que el
espectador tiene del entorno donde están luchando poniendo, así, a los
personajes en contexto. Lejos se encuentra esta secuencia de acción de las
reglas preestablecidas en el cine acción norteamericano actual, donde esta
misma escena se rodaría en mucho más de tres planos de menos de un segundo de
duración cada uno.
En plena amargura por la tragedia familiar
que acaban de padecer, el hermano de Erica (primo de Leo), en un ataque de
rechazo hacia la situación en la que se encuentra, sale afuera y Leo acude a
buscarlo y traerlo de vuelta a la casa.
Es bastante significativa la manera en la que
Gray distribuye el plano una vez están dentro de la casa.
De una manera muy marcada, tenemos a la
izquierda a Leo y su madre ocupando una silla, a la derecha a su tía y su primo
ocupando otra silla y, en el centro, tenemos una silla vacía que, dado el
contexto en el que nos encontramos (el funeral de Erica), se puede interpretar
como el puesto vacío que la muerte de su prima ha dejado en la familia.
La tía, que ha estado dándole la espalda a
Leo en los momentos más difíciles, extiende la mano para que llene ese hueco
suponiendo, por fin, esa aceptación y reintegración en la familia que llevaba
buscando desde el principio del filme.
Con la situación familiar ya resuelta, a Leo
sólo le falta alejar, de una vez por todas, el mundo criminal de su vida y,
declarando ante un tribunal, delata a todos los miembros de la organización
criminal ferroviaria, entre los cuales se encuentra, también, su tiastro. Por
lo tanto, no es de extrañar que, una vez su protagonista ha conseguido
reintegrarse en la sociedad y en su familia, Gray acabe su obra con esta
secuencia:
Una imagen que convierte la película en un
relato circular, que da sentido a la imagen inicial y que responde a la
pregunta antes planteada de si el personaje sería capaz de dejar atrás su
oscuro pasado y empezar de nuevo. La cinta acaba igual que empieza, con Leo
viajando en un tren, pero, en este caso, se trata de un tren que avanza hacia
la luz de una nueva vida libre de crimen y delincuencia.
La otra cara
del crimen
es un claro ejemplo de las dotes de James Gray detrás de las cámaras, un
director que, trabajo tras trabajo, demuestra tener una gran capacidad para
contar historias y transmitir emociones con sus imágenes.
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